Buenas Noches:
Es para mi una gran alegría el poder estar esta noche con vosotros participando de este entrañable acto que con tanto cariño habéis organizado.
Deseo dirigirme a ustedes para compartir mi experiencia , no sólo como madre de Luis, antiguo alumno de este colegio, sino también en nombre de todas las madres de este gran grupo de compañeros alumnos que un día, hace 25 años, finalizaron su etapa escolar en él.
Hoy, ellos quieren conmemorar en este mismo lugar esa etapa que seguramente fue una de las más felices de sus vidas. Unos años que con el paso del tiempo aún no han olvidado.
Cuando los Arquitectos se disponen a construir un edificio, lo primero que hacen es estudiar cómo ha de ser su cimentación y que materiales han de utilizar para que éste sea sólido y con el paso de los años y las inclemencias del tiempo no se venga abajo. También es muy importante que las manos de aquellos que lo construyen sean unas manos hábiles y expertas.
Nosotros no somos Arquitectos. Por tanto no es nuestra misión ni nuestro trabajo el construir edificios. Sin embargo sí tenemos otra misión muy importante: la responsabilidad y el compromiso que conlleva el ser madres. El velar por la educación de nuestros hijos y el ayudarles a crecer como personas, esa es nuestra gran misión y nuestro trabajo. Por eso, un día, cuando ellos eran pequeños y se disponían a iniciar su formación escolar, pensamos que para ello sería necesario una buena cimentación. Esos buenos cimientos serían, sin lugar a dudas, el Colegio de los Hermanos Maristas.
Yo ya tenía otro hijo en este centro: mi hijo mayor José Manuel. Fue esa misma convicción la que una día nos había movido a mi marido y a mi elegirlo para él.
El colegio fue para todos ellos su segundo hogar ya que en él pasaban la mayor parte del día.
La familia Marista llegó a formar parte de su propia familia.
Entre los pilares que fueron construyendo su formación había dos tan fundamentales e importantes como los académicos: el deporte y los campamentos de la amistad.
Recuerdo a mi hijo Luis disfrutar de estas dos actividades y creo que vosotros , al igual que yo, lo recordareis con el mismo cariño.
En el patio del colegio permanecían hasta el toque de la campana que normalmente se producía a la caída de la tarde. Pero nosotras no sentíamos una gran preocupación por su tardanza, a pesar de que las clases terminaban a media tarde, porque estábamos convencidas de que era en el patio donde se encontraban. A ellos se les pasaba el tiempo volando.
Por otro lado valorábamos positivamente aquellos campamentos de la amistad. En ellos, además de convivir unos con otros aprendieron también a desenvolverse por ellos mismos al tener que ordenar sus cosas sin la ayuda de sus madres.
También recuerdo a mi hijo Luis a la vuelta del campamento, en casa, cantando las canciones que había aprendido en él. A veces daba demasiado la tabarra ya que cantaba y cantaba sin parar. Pero en el fondo yo me sentía feliz al verle feliz a él después de su experiencia vivida.
Esta noche, después de 25 años, podemos comprobar cómo aquellos niños de entonces, hoy hombres, algunos de ellos padres, no han sido doblegados ni destruidos por las inclemencias del tiempo y los avatares de la vida. No nos equivocamos al elegir para ellos una buena cimentación. Por eso queremos dar las gracias a todos los profesores que han colaborado en ello, tanto Maristas como seglares. Algunos de ellos aún permanecen en el colegio y se encuentran aquí esta noche. Otros se encontrarán en cualquier otro lugar, de este mundo o del otro.
A todos ellos, y a todos vosotros, muchas gracias de todo corazón.
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